
P. Jesús Pérez García, lc.,
Avila, marzo 2020
Propongo iniciar esta reflexión cuaresmal leyendo y meditando un pasaje evangélico:
(Mc 10, 32-45) «Iban por el camino subiendo a Jerusalén; y Jesús iba delante, y ellos se asombraron, y le seguían con miedo. Entonces volviendo a tomar a los doce aparte, les comenzó a decir las cosas que le habían de acontecer: He aquí subimos a Jerusalén, y el Hijo del Hombre será entregado a los principales sacerdotes y a los escribas, y le condenarán a muerte, y le entregarán a los gentiles; y le escarnecerán, le azotarán, y escupirán en él, y le matarán; mas al tercer día resucitará.
Entonces Jacobo y Juan, hijos de Zebedeo, se le acercaron, diciendo: Maestro, querríamos que nos hagas lo que pidiéremos. El les dijo: ¿Qué queréis que os haga? Ellos le dijeron: Concédenos que en tu gloria nos sentemos el uno a tu derecha, y el otro a tu izquierda. Entonces Jesús les dijo: No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber del vaso que yo bebo, o ser bautizados con el bautismo con que yo soy bautizado? Ellos dijeron: Podemos. Jesús les dijo: A la verdad, del vaso que yo bebo, beberéis, y con el bautismo con que yo soy bautizado, seréis bautizados; pero el sentaron a mi derecha y a mi izquierda, no es mío darlo, sino a aquellos para quienes está preparado. Cuando lo oyeron los diez, comenzaron a enojarse contra Jacobo y contra Juan. Mas Jesús, llamándolos, les dijo: Sabéis que los que son tenidos por gobernantes de las naciones se enseñorean de ellas, y sus grandes ejercen sobre ellas potestad. Pero no será así entre vosotros, sino que el que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor, y el que de vosotros quiera ser el primero, será siervo de todos. Porque el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos.»
“Tened las mismas actitudes de Cristo”
El camino de la cuaresma no es solo nuestro, ni siquiera es principalmente nuestro. Es ante todo el camino de Cristo, y nosotros vamos con Él.
Él va delante, como paso decidido, con corazón decidido. Sabe a lo que va, y nosotros le acompañamos, no con la presunción de Tomás -“vayamos y muramos con Él” (Jn 11, 16)-, sino con la humildad de quien acepta su invitación: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz, y sígame” (Mc 8, 34).
Nosotros somos seguidores de Jesús; nuestra vida y nuestros trabajos son por Jesús, en Jesús, con Jesús.
Acompañamos a Cristo que sube a Jerusalén para ser condenado. Él avanza con paso firme hacia su muerte, que también es su triunfo. Él, verdadero Dios y verdadero hombre, sabe muy bien a dónde va y qué le espera: para esto ha venido al mundo, para dar testimonio de la verdad y para entregar su vida en rescate de muchos (Jn 10,10 y Mt 20, 28).
Sabe muy bien, y así se lo dice a sus amigos discípulos, que va a ser traicionado por uno de los suyos, va a ser juzgado culpable fraudulentamente, le van a torturar, va a morir de una forma terrible. Lo sabe, y se lo anuncia a sus amigos con serenidad y calma, porque sin dejar de costarle y serle aborrecible todo esto, tiene muy en cuenta que así va realizar el plan amoroso de redención que trazaron desde toda la eternidad. Y donde hay amor, el sacrificio se asume con confianza.
En esta hora de nuestra cuaresma y de nuestro camino particular, escuchemos la exhortación de san Pablo (Fil 2, 5): “Tened los mismos sentimientos, actitudes, de Cristo”. Las actitudes de Cristo, podemos aventurarnos, podrían ser las siguientes:
- Pena y pesar: pues no es agradable lo que le viene, es horrible.
- Determinada determinación: va a poner por obra el plan de Dios para salvar a los hombres, ¡ya ha llegado la hora, el momento culmen de su vida y su misión!
- Amor: va pensando en cada uno de nosotros, en que nos va a reconciliar con el Padre, en que nos va a dar la vida eterna y verdadera, en que nos va a enseñar la senda del amor…
- Rabia o tristeza: pues algunos (¿muchos?) no le comprenden, no van a valorar lo que está por hacer por nosotros. ¿Será en vano todo esto?
- Soledad: muchos de los suyos no están en la misma sintonía, todavía no se enteran, lo harán más tarde, pero ahora le dejamos solo…
- Compasión: “No saben lo que hacen… Padre, no les tengas en cuenta este desamor”.
- Y muchos más sentimientos encontrados y en pugna que bullen en su mente y corazón ante la inminencia de algo tan grande, tan difícil y a la vez tan deseado por este hombre tan perfecto, tan admirable, tan sensible… Tratemos de compenetrarnos con este hombre-Dios en este momento sublime.
Mirar a Cristo, y dejarme mirar por Cristo
La Cuaresma, y toda nuestra vida cristiana, es mirar a Cristo, contemplar su vida, sus actos, sus sentimientos y actitudes, para tratar de compenetrarnos con Él. Una devoción cuaresmal muy interesante es el Via Crucis. A veces la desvirtuamos insertando reflexiones piadosas y buenas, peticiones y alusiones a nuestro contexto; pero si esto nos distrae de lo fundamental -contemplar cómo Cristo vive su camino- nos perdemos lo mejor. Es un ejercicio contemplación atenta, reposada, íntima, detallista. No se trata de “recorrer” estaciones, de pasar por encima escenas, de cruzarnos con algunos personajes ni de pías elucubraciones teológicas… Cristo quiere que le acompañemos a Él en cada paso, que nos fijemos en lo que le cuesta respirar, que nos demos cuenta de lo que siente en su cuerpo y en su alma, que nos compenetremos con Él.
La contemplación externa de las escenas, de las personas, de los sucesos, nos lleva a poder interiorizar e intuir mejor de las actitudes y el amor con que Cristo vive estos momentos: en qué piensa, en quién piensa, qué se le pasa por la mente y por el corazón, a quién se dirige con la mirada.
También podemos contemplar los efectos de la pasión de Jesús en las personas que lo acompañan en esos momentos, y a lo largo de la historia: la honda desolación de su Madre María, la confusión y luego la gratitud del Cireneo, el asombro de la Verónica, las lágrimas de arrepentimiento de Pedro, la ternura de la madre al recibir el cuerpo destrozado, el despiste general de muchos mirones…
Y posiblemente en esa contemplación mi corazón se sienta interpelado e identificado en algún momento, con algún personaje. Yo también estoy ahí realmente presente junto a Cristo, mirándolo y dejándome mirar por Él. En la quietud de la contemplación, me dejo interpelar por su mirada.
La oración de contemplación es fácil y sencilla, está al alcance de todos. Romano Guardini decía que es algo tan natural al alma como la respiración al cuerpo. Pero a los hombres no se nos dan bien las cosas sencillas, nos complicamos mucho, y más a los hombres modernos. Contemplar es fácil y simple, pero requiere fijar la mirada, y eso nos cuesta, porque tenemos muy a gala ser “multitasking”, multifunción, multifocal. No nos divierte quedarnos en un punto, en reposo, en silencio admirativo; tenemos que pasar velozmente de una cosa a otra, sin detenernos contemplativamente. Creo que ya todos tenemos ADD (trastorno por déficit atención) pero no innato, sino adquirido muy a pulso, a golpe de intentar atender varias pantallas y varios temas a la vez, a golpe de perezosa dispersión mental, por descuido de la interioridad y del silencio en nuestras casas, en nuestras iglesias. Nos divierte esta “enfermedad moderna” a la que no damos importancia y que sin embargo nos está matando el alma, la capacidad de contemplar, de admirar, de amar. Sabemos que el viejo refrán tiene toda su vigencia: el que mucho abarca poco aprieta…
Acertar con el motivo
Para prepararme a un encuentro he de pensar en la persona o personas que me van a recibir, en el estilo de reunión de que se trata. Si me convoca a una joven pareja que está celebrando su matrimonio, o el cumpleaños de su hijo; o si quiero acompañar a unos amigos que acaban de perder a su padre, o que están muy angustiados en el hospital con hijo pequeño… Cada encuentro requiere una disposición interior y exterior, por respeto y por amor a mis amigos.
También el encuentro de la oración nos demanda una disposición. Pensemos cómo quiere y necesita Cristo que yo le acompañe.
A veces los católicos podemos ser muy moralistas y voluntaristas: nos esforzamos por vivir virtuosamente para demostrar a Dios -y a nosotros mismos- que somos buenos. Hacemos oración, cumplimos devociones, nos comportamos “como Dios manda”… pero no por amor, sino por un deber categórico aprendido, o por una autoproyección moralista. Y el amor se nos escapa como agua de entre los dedos, incapaces de aferrar lo inaferrable, ignorantes de que ese amor es un regalo misterioso y místico, una experiencia que se nos da y para la que solo podemos disponernos con humilde receptividad.
Y es que en esencia la vida cristiana tiene ese fondo místico que lo explica todo, y sin el cual nada se sostiene. Vida cristiana no es solo un comportamiento cristiano; parte y se despliega de una experiencia sencilla y profunda que un cristiano de la segunda generación expresó así: “Me amó y se entregó por mí” (Ga 2, 20), por eso, “no vivo yo, es Cristo quien vive en mí” (Ga 2, 19).
El único motivo válido para acercarnos a la Pasión de Cristo es el amor, el darnos cuenta del gran amor que Dios nos tiene. Quien piense que la vida cristiana está hecha toda ella de renuncia, tristeza, sacrificio de sí mismo… no se ha enterado de que esa es solo una cara, la menos noble, de la moneda; no ha entendido que el centro de todo es el amor, el compartir vida, el gozo de dar…
En nuestra vida, pasaremos por momentos fáciles y otros muy escabrosos; por alegrías inmensas y por infortunios que no deseamos ni a nuestros enemigos… pero en toda vida humana hay cruces. Lo importante es con qué actitud vivimos todo esto. Si tengo un motivo grande, superaré todo con elegancia.
Cuenta la leyenda que el gran Arquímedes de Siracusa, el más ilustre científico del mundo antiguo, arrastrado quizá por un entusiasmo desmedido ante su descubrimiento de la ley de la palanca, habría exclamado con soberbia: «Dadme un punto de apoyo y moveré al mundo».
La palanca: máquina simple que consiste esencialmente en una barra que se apoya o puede girar sobre un punto (punto de apoyo o fulcro) y está destinada a vencer una fuerza (resistencia) mediante la aplicación de otra fuerza (potencia). Arquímedes formuló la ley de equilibrio de la palanca, que no solo es aplicable al mundo físico, sino también al espiritual: “dadme un punto de apoyo y una fuerza, y os moveré el mundo”.
Sin embargo, cuando una persona no vive con amor y desde el amor:
- huye de todo esfuerzo y sacrificio, aunque estos siempre le alcanzan, de alguna manera, pues la vida humana es frágil;
- cae en la desesperación al no poder huir;
- prueba la amargura del sin sentido y de la huida a toda costa;
- tal vez afronta la vida con simple resignación, esperar pasivamente que pase el chaparrón…
- no hace nada por los demás, ¿para qué?
- algunos, raros, caen en el masoquismo: que es esa complacencia morbosa y enfermiza en sentirse humillado o maltratado.
El cristianismo no es una religión de penitencia, de negación de lo placentero, es la religión de la relación, del amor, del vínculo.
«La experiencia mística lleva a la ascética; y la ascética hace posible la mística”
Es verdad que Jesús nos dice “el que no abraza su cruz y me sigue, no puede ser mi discípulo”. Pero Jesús no era un amargado, ni un masoquista. Es un Dios realista que sabe que la vida humana es frágil, tiene sus contratiempos y debilidades y que encuentra su climax no en el placer sino la felicidad.
Muchas veces las relaciones personales y los vínculos nos hacen sufrir, pero también son los que más nos hacen gozar. Hasta disfrutamos más de los pequeños placeres si tenemos ocasión de compartirlos con la familia y los amigos.
La experiencia humana, no solo religiosa, nos lo muestra así. Un enamodado-a por su amado-a madruga para ir temprano a verlo. Un padre y una madre renuncian a muchas comodidades y planes personales por sus hijos. ¡Esos son grandes sacrificios! Pero también se goza inmensamente con su presencia, con sus triunfos, con su felicidad. Un padre sufre con su hijo que sufre, y preferiría cargar él mismo con esas penas. Y goza y se enorgullece de la felicidad de sus hijos.
El amor atrae, el amor lo puede todo. El amor vence todas las barreras y remueve todos los obstáculos que se interpongan, purifica todas las conciencias y da alas para el camino.
“Hay una fuerza extremadamente poderosa para la que hasta ahora la ciencia no ha encontrado una explicación formal. Es una fuerza que incluye y gobierna a todas las otras, y que incluso está detrás de cualquier fenómeno que opera en el universo y aún no haya sido identificado por nosotros. Esta fuerza universal es el amor”. (Carta atribuida a Albert Einstein a su hija Lieserl)