Reseña y comentario a
“De animales a dioses” (2013) y “Homo Deus” (2015)[1]
de Yuval Noah Harari
Por Jesús Pérez García [2]

Aprecio mucho los diálogos, debates e intercambios de argumentos porque enriquecen la mirada sobre el mundo y sobre el hombre. Interpelan la inteligencia y el modo de relacionarnos con todo lo que nos circunda.
Yuval Noah Harari propone en estos dos interesantes volúmenes una “breve historia de la humanidad” y una “breve historia del mañana”, pero considero que no hace solo una “historia” sino también y sobre todo una interpretación de la historia.
Ciertamente se basa en un gran acopio de datos históricos y va descubriendo esas trazas o líneas generales que unifican la mirada de tantos hechos históricos; así se logra una mejor comprensión de la historia. Cuando se tiene delante una multitud informe y caótica de datos y poco a poco se logra un panorama unificado y ordenado, ahí nace la comprensión de la historia, que tal vez no sea definitiva ni exhaustiva, pero sí al menos esclarecedora[3]. Por ello me parece que Harari nos ofrece un valioso estudio histórico y meta-histórico, un descubrimiento y puesta en valor de las notas características de las épocas y de los cambios de época.
Encuentro sobre todo en su primer libro un gran paralelismo de método con otros trabajos realizados por estudiosos que podríamos agrupar bajo el paraguas de fenomenólogos (bastantes de ellos también judíos como Harari): estudios aplicados sobre todo a asuntos humanos como el comportamiento, el conocimiento, la religión, las relaciones personales, la psicología y la misma historia.
Esta metodología pone el énfasis en ser muy respetuosa de los hechos, de los fenómenos, de los datos. Es muy científica en el sentido de empírica y apegada a la realidad de los datos que por sí mismos insinúan líneas de interpretación. Pero la interpretación siempre será un salto, un añadido con aporte de la subjetividad del intérprete.
Por eso el segundo volumen ya no es “historia”, sino como el mismo Harari dice “un intento de analizar los dilemas actuales y una invitación a cambiar el futuro”[4].
En esta reseña no me detengo a ponderar los méritos de análisis de los hechos y de las muchas buenas conexiones que muestran cómo el Homo sapiens ha ido evolucionando.
En el primer volumen, Harari nos invita a repasar las etapas del desarrollo de las culturas, de los pueblos. Tres grandes revoluciones articulan la historia de la humanidad: la revolución cognitiva (primera parte del libro), la revolución agrícola (segunda parte) y la revolución científica (cuarta parte). En la tercera parte desentraña los factores que permitieron la unificación de la humanidad.
En el segundo volumen, el autor diserta sobre los grandes temas que él considera vertebran la historia pasada y por tanto también el futuro: qué es el hombre (primera parte), el sentido de la vida o la religión (segunda parte), y la construcción del futuro (tercera parte).
Pero cuando el historiador se aventura a interpretar, cuando la recopilación y organización de los datos le impelen a “filosofar”, ahí se aprecian los preconceptos del autor sobre ciertos temas y al salirse de su ámbito de competencia ofrece no ya datos “científicos” sino opiniones interpretativas. Tienen su valor y su mérito y son tan dignas de consideración como las opiniones de otros estudiosos. Y aquí continúa el diálogo.
Me parece muy interesante todo este recorrido porque el autor pone en palabras y en razonamientos lo que piensa y vive “la modernidad, el hombre moderno”, ese hombre que ha subido por la escala de la evolución y el desarrollo de sí mismo, y se encuentra ante un abismo que no sabe si será su propia destrucción o encumbramiento.
Valoro mucho la síntesis y la propuesta explicada de “la modernidad”, y aunque no comparto algunos “dogmas de la modernidad”, me resultan muy interesantes para poder seguir el diálogo constructivo.
Ahora quiero reflexionar sobre algunos de esos temas en los Harari aporta debate y contraste, y esto es muy enriquecedor.
- Historia.
Es curioso que el autor proponga una “breve historia de la humanidad”, del hombre, no del planeta, de la galaxia o de las especies. Es una historia “del hombre”, porque el hombre es el único que tiene realmente historia y no simple sucesión de tiempo y de cambios. El hombre tiene historia porque tiene memoria y proyección, porque puede aprender del pasado para labrar su futuro. El hombre hace historia y no simplemente “la pasa”.
Por este motivo me parece que el mismo Harari se contradice al poner tanto énfasis en diluir lo propiamente humano, como si las ciencias empíricas se empeñaran en demostrar (cosa que ya no es del ámbito de las ciencias) que el hombre no tiene nada distinto del resto de animales, salvo una “pequeña singularidad”.
2. Evolución – naturaleza.
La evolución es el hecho-categoría básico y fundante para Harari. El primer volumen es realmente una historia de la evolución… del hombre, así, casi fundamentalmente de la evolución, y secundariamente del hombre. Analiza la evolución del hombre. Y tal vez esa sea la tesis fundamental del libro: el hombre es su evolución, desde el animal a dios. Pero la evolución necesita un sustrato, un base, una materia que saca de sí misma las virtualidades que contiene para desplegarlas hasta llegar a ser algo ¿distinto?, ¿mutado?, ¿mejorado o tal vez empeorado?
Harari asume la evolución en sentido darwiniano, como la suma de mutaciones genéticas, en una línea de continuidad determinista; se transmiten por herencia solo las provechosas y positivas y se dejan de lado las negativas por el mecanismo de selección natural (los fuertes y hábiles sobreviven a los débiles).
Otros muchos autores han analizado y explicado la evolución de las especies, con versiones más sofisticadas y sobre todo más apegadas a los datos. Por ejemplo, echo en falta en la explicación de Harari una consideración de tipo “ingeniero” (como al de Tomás Alfaro, El señor del azar) que toma en consideración -entre otros factores- cuánto tiempo habría hecho falta para que las mutaciones se alinearan hasta llegar a los seres vivos actuales, si no hubiera sido por un “designio inteligente”, externo y superior al proceso, en vez del azar caótico y carente de finalidad. Sin este factor guía, el proceso evolutivo hubiera llevado muchísimo más tiempo del que los científicos han estimado (unos 13.500 millones de años, desde el Big Bang).
Pero para Harari, como exponente del pensamiento modernista cientificista, “el universo es un proceso ciego y sin propósito, lleno de ruido y furia pero que no significa nada. (…) Las cosas simplemente, ocurren, una después de otra. El mundo moderno no cree en la finalidad, solo en la causa”[5]. No existe la causalidad ni la finalidad, sólo el determinismo de los mecanismos.
En la línea de la temporalidad evolutiva, hubo saltos cualitativos (Harari sí admite uno al menos, el Big Bang[6], una singularidad) que la ciencia no explica (¿no explica todavía o es un dato meta científico, metafísico?).
En el primer volumen se analizan las tres “revoluciones” que no forman parte de la evolución material-física (de la especie biológica) del homo sapiens, sino de una evolución cognitiva, relacional y trascedente del hombre (de la humanidad). En ambos aspectos de la evolución se insinúan singularidades que desconciertan y de las que las ciencias empíricas y sociales no logran explicación.
En este tema no puedo dejar de resaltar que el concepto de evolución que maneja Harari me parece insuficiente y reductivo, por su aversión a la causalidad y la finalidad. Por esta razón la teoría de la evolución según Harari se hace incompatible con la teoría de la creación. Según muchos científicos (no solo porque sean creyentes en un Dios creador y providente, sino porque son científicos rigurosos que se atienen con rigor y humildad a los datos que aporta la ciencia) estas dos teorías se complementan y juntas explican mejor la realidad que hoy vemos.
3. Ciencia
Sin duda alguna, la mayor grandeza del hombre es su capacidad de hacer ciencia, su capacidad de conocer por las causas para resolver problemas[7], para obtener beneficios y para encontrar sentido. La ciencia es investigación-indagación, es almacenaje e intercambio de datos, es aplicación a la mejora de la cotidianeidad.
Pero para Harari parece que las ciencias por excelencia, y casi únicamente, son las empíricas, las del ámbito físico. Aunque también considera y valora las ciencias “humanísticas” (la historia, la sociología, la psicología…) maneja estas últimas con una perspectiva determinista y mecanicista.
De aquí que enfatice tanto el intento de la “ciencia” por desmantelar “el alma”, por reducir todo lo espiritual a la complejidad neuronal; pero un poco más adelante me detengo en este punto.
Pero la ciencia no es el único modo de conocer la realidad porque la realidad no se agota en lo empírico. El dinamismo del conocimiento va desde lo empírico a los transcendentales. La ciencia, la filosofía y la apertura religiosa son estadios del mismo movimiento del saber.
Es curioso que Harari destaque la humildad de los científicos para reconocer su ignorancia como motor de nuevas investigaciones y de estar constantemente abiertos a novedades[8]; digo que me resulta curioso cuando casi al mismo tiempo señala la pretensión de la ciencia (para ser exactos, de muchos o algunos científicos, porque “la ciencia” no tiene pretensiones, no es una persona con voluntad y consciencia…) de resolver todos los enigmas con sus tres grandes proyectos[9]: 1. vencer la muerte y conseguir la inmortalidad; 2. encontrar la clave de la felicidad y 3. adquirir poderes divinos de creación y destrucción, promoviendo a Homo sapiens a Homo deus. ¿No parece esta pretensión algo orgullosa, poco humilde?
Así, la ciencia dejaría de ser una buscadora para convertirse en la proveedora de “verdades absolutas”. Pero ahí ya la ciencia deja de ser ciencia para convertirse en religión, que es otro tipo de conocimiento y experiencia.
Precisamente aquí se produce un encuentro muy relevante, ciencia y religión, al que Harari dedica un apartado específico (“La extraña pareja”, en la segunda parte de HD) y muchas alusiones a lo largo de los dos volúmenes.
La ciencia no es un ente autónomo, sino una actividad del hombre, precisamente porque homo sapiens. El hombre hace ciencia, conoce el mundo y se conoce a sí mismo, y a partir de esos dos campos conoce la trascendencia porque reconoce que no todo es materia. Reconoce sobre todo en sí mismo una “chispa” distinta e inaferrable para las ciencias empíricas mecanicistas.
Pero cuando la ciencia, el científico, no reconoce los límites de su actividad y de sí mismo, pretende ir más allá y se queda sin el sustrato, sin el piso que lo mantiene, y se sale de su ámbito perdiendo apoyo y realismo. Cuando el científico pretende abordar con metodologías empiristas las cuestiones humanas que no son empíricas, maltrata la realidad que intenta aferrar. Ahí debería aceptar con humildad que no lo conoce todo y que no puede conocer todo.
4. La cuestión del alma
Por eso la modernidad (y así lo refleja Harari) dedica tanto esfuerzo a intentar desmontar el alma y a negar la libertad. “No existe evidencia científica de que los sapiens posean alma”. “La existencia de almas no se puede armonizar con la teoría de la evolución”[10]: es toda una declaración de intenciones, un dogma de la modernidad que se apoya en una falacia: claro que no hay evidencias empíricas del alma ¡porque no solo existen realidades empíricas, sino también las meta-empíricas o meta-físicas!
Es claro y pacíficamente aceptado que el cuerpo humano ha evolucionado, y eso lo constata la ciencia y lo admite la religión (al menos la no fundamentalista, ya llegaremos a este punto de análisis). Pero ¿el alma? ¿Cuándo y cómo surge? ¿Qué es y cómo se relaciona con la base física: el cerebro, la actividad neuronal?
La pretensión cientificista es reducir el alma a un complejo sistema de conexiones neuronales que llegan a ser una secuencia de conciencia[11]. Pero aquí queda mucho, mucho por conocer, por comprender y por armonizar con la realidad y los datos fácticos de la actividad humana: la libertad, el amor, la autoconciencia, la imaginación, la memoria de sí mismo más allá del simple registro de datos.
Me parece también insuficiente la argumentación de Harari (no de él personalmente, sino de la modernidad) sobre la negación del libre albedrío. Me parece que se estrella contra una realidad que supera la ciencia, y que sin embargo el cientificismo pretende abarcar. Esta frase resume su posición: “Los procesos electroquímicos cerebrales que culminan en un asesinato (es un ejemplo de un acto libre) son deterministas o aleatorios o una combinación de ambos, pero nunca son libres”[12]. Se podría usar el razonamiento inverso: no hay evidencias empíricas que nieguen el libre albedrío ni la existencia del alma.
De nuevo, encuentro contradictorio que Harari propugne la pretensión omnipotente de los cientificistas, y por otro, a renglón seguido, admita su incapacidad de explicar el funcionamiento del ser humano[13].
5. Religión
El último tema que quiero analizar en esta reseña es la religión, al que Harari dedica también bastante espacio e intensidad.
Para la modernidad, según Harari, las religiones tuvieron un papel importante en las primeras fases de la evolución del hombre, hasta que con la revolución científica el homo sapiens logró explicar de modo científico muchos fenómenos hasta el momento inexplicables: el rayo, la lluvia, el origen de la vida, el dolor, el amor, el alma… Y de esta manera la religión pasó a ser considerada por muchos como un residuo del pasado, ya innecesario.
Siempre según Harari, las religiones son construcciones de relatos doctrinales, morales y cultuales, que sirven al homo sapiens para garantizar el orden y el funcionamiento de los sistemas sociales. El autor de estas construcciones es el mismo hombre, que se autoengaña para lograr ciertas seguridades[14].
Las religiones como sistemas de creencias y valores, de cosmovisiones y teologías también han evolucionado pasando por varios estadios, aunque resulta un tanto simplista tipificarlos así: animismo, politeísmo, monoteísmo, sincretismo y finalmente -según Harari- humanismo. Pero la religión no solo es un sistema de creencias; es ante todo y subyaciente a todo, una faceta del ser humano. Homo sapiens es también de homo religiosus, porque quiere conocer la realidad por sus causas y hasta sus últimas causas, y eso le lleva a interrogarse con preguntas no científicas-empíricas, sino meta-científicas y meta-empíricas, como por ejemplo: ¿de dónde vengo? ¿A dónde voy? ¿Para qué es mi vida? ¿Qué es la vida, qué sentido tiene?
Entonces, religión como religiosidad: dimensión y faceta del homo sapiens (como la socialidad, la corporeidad) y religión como sistema de creencias: las religiones.
Pero ¿quién responde estas preguntas? Responde la religiosidad (búsqueda y viaje interior) y las religiones a través de sus teologías y cosmovisiones expresadas normalmente en sus Escrituras. Pero no todas las Escrituras sagradas son iguales, aunque Harari pone a todas en el mismo saco y según él todas habrían sido dictadas directamente por dioses. Pero de nuevo, manifiesta poco conocimiento del desarrollo del cristianismo y de crítica histórico-literaria que ha llevado a superar la lectura fundamentalista de la Biblia que según él todavía vigente en la Iglesia[15].
Harari ignora lo que ya hace muchos siglos comprendió muy bien la Iglesia: que la Biblia no es un libro de ciencia que pretenda describir el cielo, sino un libro religioso que enseña cómo dar sentido a la vida, cómo es Dios y cómo es el hombre.
El conocimiento religioso es un poco más sofisticado y racional de lo que Harari de manera simplista caricaturiza[16]. El conocimiento empírico y las experiencias íntimas buscan las causas últimas, tanto del mundo físico como del humano, y al quedar insatisfechas, intuyen “algo más” que por sí mismas no pueden alcanzar, y con humildad aceptan la revelación religiosa. La modernidad cientificista no puede aceptar esto, y se resiste a admitir y dar por válido un tal conocimiento.
Y aquí otra vez Harari nos sorprende con el aprecio que manifiesta a un fenómeno que podríamos llamar disruptivo en las religiones como sistemas, que es la espiritualidad. Admite la experiencia religiosa de la búsqueda de sentido, del viaje desde lo que no satisface hacia algo exterior ¿superior? al hombre[17].
Tal vez Harari, como muchos modernos, no ha conocido una religión inspiradora sino solo ordenadora y represora, y por ello no comprende que todo hombre por ser sapiens está en búsqueda y en viaje espiritual, aunque no lo haga en todas las etapas de su vida. Tampoco comprende Harari que en toda la historia han surgido -y seguramente seguirán surgiendo- personas y también grupos inspiradores, místicos. Tal vez no conoce bien la historia del Cristianismo ni de otras religiones que han impulsado e impulsan a personas e instituciones a investigar, desarrollar y aplicar conocimientos científicos que mejoran la vida de muchos hombres.
Sin embargo, tal ignorancia no es tan grande cuando sí reconoce el papel del cristianismo en el surgimiento de las universidades[18] que no fueron movimientos culturales casuales, sino intencionados y sustentados en el tiempo y difundidos ampliamente en la geografía. Pero en seguida denigra la religión como si fuera sólo un aparato de poder. A mí esto me parece no querer ver, no querer admitir algo que resulta obvio para seguir imponiendo su tesis.
Conclusión.
Ha sido para mí un placer y un interesante contraste leer estos dos volúmenes de “historia de la humanidad y su futuro”. He mantenido un diálogo para mí muy fructífero con la modernidad explicitada por Harari.
El segundo volumen termina con unos capítulos que pudieran parecer de ciencia ficción absolutamente irreal, y sin embargo ¡qué cerca estamos! Son para reflexionar mucho pues se están abriendo posibilidades asombrosas. Lo dejo así para que lean estos capítulos.
Pero me ha quedado un sabor un poco amargo, porque la modernidad cientificista sin el aporte de la religión (que parece querer excluir de su quehacer) se queda con un horizonte más bien oscuro, nihilista. La felicidad del homo sapiens no sería más que un “autoengaño”, un convencerme de que mi vida tiene sentido porque mi relato personal está en sintonía con los relatos de otros muchos[19]. El humanismo como religión no es más que un autorreferencialismo que deja al hombre suspendido de sí mismo.
Y quiero decir a Harari y a los modernistas que sí hay algo que vence la angustia existencial y que nos llena de plena felicidad, pero hay que buscarlo con humildad un poco más allá de nosotros mismos. Sí ha habido una revelación sobrenatural y una intervención externa al sistema evolutivo, y se puede conocer porque también es historia real, aunque en estos dos volúmenes no se la tenido en cuenta. Pero Harari no es el único en ofrecer una historia y una interpretación de la historia. Hay que seguir leyendo y debatiendo.
[1] Ed. Debate 2017. Original From animals into Gods: A Brief History of Humankind, 2013. Para las citas, de ahora en adelante “Daad”.
Ed. Debate 2016. Original Homo Deus. A brief History of Tomorrow, 2015. Para las citas, de ahora en adelante “DH”.
[2] Filósofo, teólogo, sacerdote legionario de Cristo.
[3] “¿Cuál es la diferencia entre describir el “cómo” y explicar el “porqué”? Describir el “cómo” significa reconstruir la serie de acontecimientos específicos que llevaron de un punto a otro. Explicar el “porqué” significa encontrar relaciones causales que expliquen la aparición de esta serie particular de acontecimientos frente a la exclusión de todos los demás” (Daad, pág. 265).
[4] HD, pág 79.
[5] HD, pág 226.
[6] “Los físicos definen el big bang como una singularidad. Es un punto en el que todas las leyes conocidas de la física no existían. Tampoco existía el tiempo. Por lo tanto, no tiene sentido decir que “antes” del big bang existiera algo. Quizá nos estemos acercando rápidamente a una nueva singularidad, en la que todos los conceptos que dan sentido a nuestro mundo (yo, tú, hombres, mujeres, amor y odio) serán irrelevantes. Cualquier cosa que ocurra más allá de este punto no tiene sentido para nosotros” (Daad, pág 451).
[7] “Cuando la ciencia empezó a resolver un problema tras otro, muchos se convencieron de que la humanidad podía solucionar todos y cada uno de los problemas mediante la adquisición y aplicación de nuevos conocimientos. La pobreza, la enfermedad, las guerras, las hambrunas, la muerte misma, no eran el destino inevitable de la humanidad. Eran simplemente lo frutos de nuestra ignorancia” (Daad, pág 294).
[8] “También los mejores científicos están muy lejos de descifrar el enigma de la mente y la conciencia. Una de las cosas más maravillosas que tiene la ciencia es que cuando los científicos no saben algo, pueden probar todo tipo de teorías y conjeturas, pero al final acaban por admitir su ignorancia” (DH, pág. 128).
“No obstante, la cultura moderna se ha mostrado dispuesta a aceptar la ignorancia en mucha mayor medida de lo que lo ha hecho ninguna cultura anterior. Una de las cosas que ha hecho posible que los órdenes sociales modernos se mantuvieran unidos es la expansión de una creencia casi religiosa en la tecnología y en los métodos de la investigación científica, que hasta cierto punto han sustituido a la creencia en verdades absolutas” (Daad, pág. 282).
[9] HD, pág 32, 42 y 59.
[10] HD, pág 119 y 123.
[11] HD, pág. 127.
[12] “Por ejemplo, cuando una neurona dispara una carga eléctrica, ello puede ser una reacción determinista a estímulos externos o el resultado de un acontecimiento aleatorio, como la descomposición espontánea de un átomo radioactivo. Ninguna de las dos opciones deja margen alguno para el libre albedrío. Las decisiones que se alcanzan a través de una reacción en cadena de sucesos bioquímicos, cada uno de ellos determinado por un suceso previo, no son ciertamente libres. Las decisiones que son el resultado de accidentes subatómicos aleatorios tampoco son libres. Son simplemente fruto de azar. Y cuando accidentes se combinan con procesos deterministas, tenemos resultados probabilistas, pero esto no equivale a libertad” (HD, pág. 312).
“El libre albedrío existe únicamente en los relatos imaginarios que los humanos hemos inventado. (…) De la misma manera que la evolución no puede armonizar con almas eternas, tampoco puede tragarse la idea del libre albedrío. Porque si los humanos son libres, ¿cómo pudo haberlos modelado la selección natural? Según la teoría de la evolución, todas las decisiones que los animales toman (ya se refieran a la residencia, alimento o pareja reproductiva) reflejan su código genético” (HD, pág. 313).
[13] “Nadie tiene ni idea de cómo una diversidad de reacciones bioquímicas y de corrientes eléctricas en el cerebro generan la experiencia subjetiva de dolor, ira o amor” (HD, pág. 126)
[14] “¿Así que nuestros antepasados medievales eran felices porque encontraban sentido a la vida en los engaños colectivos acerca de la vida en el más allá? Sí. Mientras nadie echara por tierra sus fantasías, ¿por qué no tenían que serlo? Hasta donde podemos saber, desde un punto de vista puramente científico, la vida humana no tiene en absoluto sentido ningún sentido. Los humanos son el resultado de procesos evolutivos ciegos que operan sin objetivo ni propósito. Nuestras acciones no forman parte de ningún plan cósmico divino, y si el planeta Tierra hubiera mañana por la mañana, probablemente el universo seguiría su camino como de costumbre. Hasta donde podemos decir en este punto, no se echaría en falta la subjetividad humana. De ahí que cualquier sentido que la gente atribuya a su vida es solo una ilusión. Los sentidos ultramundanos que las gentes medievales encontraban que tenía su vida no era más ilusión que lo que las gentes modernas encuentran en los modernos sentidos humanistas, nacionalistas y capitalistas. La científica que dice que su vida tiene sentido porque aumenta el compendio del saber humano, el soldado que declara que su vida tiene sentido porque lucha para defender a su patria, y el empresario que encuentra sentido en la creación de una nueva compañía, se engañan igual que sus homólogos medievales que encontraban sentido en la lectura de la Escrituras, en emprender una cruzada o en construir una nueva catedral.
De modo que quizá la felicidad consista en sincronizar las ilusiones personales del sentido con las ilusiones colectivas dominantes en cada situación. Mientras mi narración personal esté en sintonía con las narraciones de la gente que me rodea, puedo convencerme de que mi vida tiene sentido, y encontrar felicidad en esta convicción. Esta es una conclusión bastante deprimente. ¿Acaso la felicidad depende de engañarse a sí mismo?” (Daad, págs. 428-429).
[15] “Las sagradas escrituras funcionan de la misma manera. La institución religiosa proclama que el libro sagrado contiene las respuestas a todas nuestras preguntas. Simultáneamente, presiona a tribunales, gobiernos y empresas para que se comporten de acuerdo con lo que dice el libro sagrado. Cuando una persona sabia lee las escrituras y después contempla el mundo, ve que, efectivamente, hay una buena concordancia entre ambos. “Las escrituras dicen que tenemos que pagar diezmos a Dios… y, mira, todo el mundo los paga. Las escrituras dicen que las mujeres son inferiores a los hombres y que no pueden hacer de jueces ni dar testimonio en los tribunales… y, mira, ciertamente no hay mujeres juezas y los tribunales rechaza su testimonio. Las escrituras dicen que quien estudie la palabra de Dios tendrá éxito en la vida… y, mira, todos los empleos buenos los tienen personas que saben de memoria el libro sagrado”. (…) Aunque las escrituras engañen a la gente acerca de la verdadera naturaleza de la realidad, pueden no obstante conservar su autoridad durante miles de años. Por ejemplo, la percepción bíblica de la historia es fundamentalmente defectuosa, pero consiguió extenderse por el mundo, y todavía hay muchos millones de personas que se la creen. La Biblia diseminó una teoría monoteísta de la historia, que afirma que el mundo está gobernado por una única deidad todopoderosa que se preocupa, por encima de todo, de mí y de mis actividades. Si ocurre algo bueno, tiene que ser un premio por mis buenos actos. Cualquier catástrofe será con seguridad un castigo por mis pecados. Así, los judíos antiguos creían que si padecía una sequía o que si el rey Nabucodonosor de Babilonia invadía Judea y exiliaba a su pueblo, a buen seguro estos fueron castigos divinos por sus pecados. Y si el rey Ciro de Persia derrotaba a los babilonios y permitía a los exiliados judíos volver a su hogar y reconstruir Jerusalén, Dios en su misericordia tenía que haber escuchado sus contritas oraciones. La Biblia no reconoce la posibilidad de que quizá la sequía fuese el resultado de una erupción volcánica en Filipinas, que Nabucodonosor invadiera Judea siguiendo los intereses comerciales de Babilonia y que el rey Ciro tuviera razones políticas para favorecer a los judíos. Así la Biblia no muestra ningún interés en absoluto por entender la ecología global, la economía babilónica y el sistema político persa” (HD, págs. 195-196).
[16] “En la Europa medieval, la principal fórmula para el saber era la siguiente: conocimiento = escrituras x lógica. Si queremos conocer la repuesta a alguna pregunta importante, debemos leer las escrituras y emplear nuestra lógica para comprender el sentido exacto del texto. (…) La revolución científica propuso una fórmula muy diferente del conocimiento: conocimiento = datos empíricos x matemáticas. Si queremos conocer la respuesta a alguna cuestión, en primer lugar necesitamos reunir datos empíricos relevantes y después emplear herramientas matemáticas para analizarlos. (…) La fórmula científica del conocimiento condujo a asombrosos descubrimientos en astronomía, física, medicina y numerosas disciplinas más. Pero tenía un inconveniente enorme: no podría abordar cuestiones de valor y sentido. (…)
Sin embargo el humanismo ofrecía una alternativa. Cuando los humanos adquirieron más confianza en sí mismos, apareció una nueva fórmula del saber ético: conocimiento = experiencias x sensibilidad. Si queremos conocer la respuesta a una cuestión ética, necesitamos conectar con nuestras experiencias íntimas y observarlas con la mayor de las sensibilidades. (…) La “experiencia” es un fenómeno subjetivo que incluye tres ingredientes principalmente: sensaciones, emociones y pensamientos. (…) Y “sensibilidad” significa dos cosas. En primer lugar, prestar atención a mis sensaciones, emociones y pensamientos. En segundo lugar, permitir que estas sensaciones, emociones y pensamientos influyan en mí. Doy por hecho que no debo permitir que cualquier brisa pasajera me lleve. Pero debo estar abierto a nuevas experiencias y permitir que cambien mis puntos de vista, mi comportamiento e incluso mi personalidad” (HD, págs. 264-266).
[17] “La religión es un pacto, mientras que la espiritualidad es un viaje. La religión proporciona una descripción completa del mundo y nos ofrece un contrato bien definido con objetivos predeterminados. “Dios existe. Nos dijo que nos comportáramos de determinadas formas. Si obedecemos a Dios, seremos admitidos en el cielo. Si los desobedecemos, arderemos en el infierno”. La claridad misma de este pacto permite que la sociedad defina normas y valores comunes que regulan el comportamiento humano. Los viajes espirituales no se parecen nada a esto. Por lo general, llevan a las personas de manera misteriosa hacia destino desconocidos. La búsqueda suele empezar con alguna gran pregunta como “¿Quién soy?”, “¿Cuál es el sentido de la vida?”, “¿Qué es bueno?”. Mientras que muchas personas aceptan sin más las respuestas al uso que ofrecen los poderes que sean, los buscadores espirituales no quedan satisfechos tan fácilmente” (HD, pág. 208).
[18] “El islamismo, el cristianismo y otras religiones tradicionales siguen siendo actores importantes en el mundo, pero ahora su papel es principalmente reactivo. En el pasado fueron una fuerza creativa. El cristianismo, por ejemplo, difundió la idea, hasta entonces hereje, de que todos los humanos son iguales ante Dios, con lo que cambió las estructuras políticas humanas, las jerarquías sociales e incluso las relaciones de género. En su sermón de la montaña, Jesús fue más allá e insistió en que los mansos y oprimidos eran la gente favorita de Dios, con lo que invirtió la pirámide del poder y proporcionó munición para generaciones de revolucionarios. Además de fomentar reformas sociales y éticas, el cristianismo fue responsable de importantes innovaciones económicas y tecnológicas. La Iglesia católica estableció el sistema administrativo más refinado de la Europa medieval, y fue pionera en el uso de archivos, catálogos, programaciones y otras técnicas de procesamiento de datos. El Vaticano era lo más cercano a Sillicon Valley que tenía la Europa del siglo XII. La Iglesia estableció las primeras empresas económicas europeas: los monasterios, que durante mil años encabezaron la economía europea e introdujeron métodos agrícolas y administrativos avanzados. Los monasterios fueron las primeras instituciones que usaron relojes, y durante siglos, ellos y las escuelas catedralicias fueron los centros de enseñanza más importantes de Europa, además de contribuir a la fundación de muchas de las primeras universidades europeas, como las de Bolonia, Oxford y Salamanca.
En la actualidad, la Iglesia católica continúa gozando de las lealtades y los diezmos de centenares de millones de seguidores. Pero hace ya tiempo que tanto ella como las demás religiones teístas dejaron de ser una fuerza creativa para transformarse en una reactiva” (HD, pág. 305).
[19] Así, el pacto moderno ofrece a los humanos una enorme tentación, unida a una amenaza colosal. Tenemos delante mismo la omnipotencia, casi a nuestro alcance, pero bajo nosotros se abre el abismo de la nada más absoluta. A nivel práctico, la vida moderna consiste en una búsqueda constante de poder en el seno de un universo desprovisto de sentido. La cultura moderna es la más poderosa de la historia y está investigando, inventando, descubriendo y creciendo sin cesar. Al mismo tiempo, se encuentra acosada por más angustia existencial que ninguna otra cultura previa (HD, pág 227).